Había una vez una mujer que se llamaba Kaya, vivía en la ciudad del ruido y emprendió un viaje hacia las montañas. Viajó hacia el Este, guiándose con los amaneceres. El primer paso que dio en la montaña fue sumamente difícil, pues sabía que era un viaje complicado y miró por última vez la ciudad que alguna vez fue su hogar. 

Al emprender un viaje al que no sabía qué se iba a encontrar, fue usando lo que creía correcto en su momento para sobrevivir. A cada paso se fue encontrando desafíos sumamente difíciles y desgastantes. El primero fue toparse con los lobos hambrientos.  Entre habladas, llegó a un acuerdo con el lobo que guiaba la manada; este no la mataría a cambio de que ella le sirviera y su sangre mes con mes entregara. Este aceptó gustoso, pues lo que Kaya desconocía es que la sangre vitalidad y pura es, y este lobo se alimentaba de ella mes con mes. 

Así fue durante años, donde Kaya olvidó aquel viaje que había emprendido hacia las montañas. Sus tareas con los lobos eran sumamente agotadoras, debía limpiar sus excrementos, cocinarles y ofrendarles su sangre. Poco a poco y sin saberlo, se iba convirtiendo en una loba al igual que ellos, aunque no lo descubriría hasta mucho después. Al igual, poco a poco se iba desvaneciendo y muriendo como los jilgueros en jaulas. Una noche en un sueño, un pájaro lleno de piedras en su balcón se posó mientras ella alimentaba colibríes y gorriones. Esté de sus manos comió  y ella pudo contemplar  en sus alas piedras de 7 colores que observó. Después volando se alejó, libre como el mismo viento. 

Ese día ella despertó y una nueva luz en su corazón se albergó.Recordó el viaje que ella emprendió y que en el primer tropiezo cayó. Había olvidado el porqué había emprendido el viaje y ahora no solo tenía que recordar, sino también, de sus abusadores escapar.  Se levantó y observó, con calma y precisión. Contempló los puntos débiles de los lobos y, aunque tenía ventaja para matarlos, en un descuido y con elegancia, ella se alejó. Al poco tiempo, otra viajera por el camino se los topó y  en una nueva víctima el lobo se concentró, olvidando por completo a Kaya, pues sangre fresca le llegó.

Con la ventaja que tomó Kaya con la otra viajera ocupando su lugar, corrió y corrió, hasta que sus pies no pudieron más. Noche tras noche, pensaba en aquella otra viajera lo que le iba a pasar, y sé prometió un día aprender a luchar, para guiar a las viajeras y a su manada proteger.

Más obstáculos por delante tenía, y un camino el cual recordar. Caminó por mucho tiempo a obscuras y perdida, pues no sabía qué era lo que buscaba y hacia dónde se dirigía. Kaya durante mucho tiempo estuvo sola, pensando en darse por vencida, pues ni agua ni comida, podía encontrar. 

Un día, después de miles de pasos, en medio de la lluvia, cayó en la tierra mojada. Cerró sus ojos, agradeció y pidió a la Tierra su muerte. La tierra escuchó y le concedió su deseo. Ella por fin descansó y se le susurraron a sus oídos los secretos de la tierra y una nueva alma nació. 

Kaya despertó, parecía un sueño, aquel viaje a donde la tierra la llevó, como si nada hubiese sido real, y en ese sueño, sabiduría se le otorgó como obsequio a su limpio corazón que guarda AMOR y perseverancia. No supo exactamente lo que pasó, solo que los espíritus de aquella montaña, compasión y piedad, sintieron, y en uno se convirtieron.

Kaya se levantó y el camino recordó. Con paciencia y paso firme, ella avanzó, conociendo nuevos rostros; su corazón se abrió, aun con el miedo de volver a perder. Lo que no sabía es que sola, jamás volvería a caminar, pues en sus adentros pureza y espíritu otorgados por la tierra la acompañarán. Ellos son la brújula que le faltaba a Kaya para recordar que estaba siguiendo al SOL que salía por el Este, ¡aleluya! Grito por recordar y en el río paro a descansar.  En gratitud a su sed acallaba, y al levantar la mirada una loba en reflejo del agua pudo observar. Por un momento se asustó, y no deseaba ser loba, pues cómo es posible que se convirtió en aquel que la lastimó. Lloro y lloro, sin saber por qué le hacían esa jugarreta los espíritus, pensó que se lo merecía por desdicha de su vida. 

No quería ser como ellos y por fuera lucía como ellos, pero le tomó un rato, donde daba vueltas y vueltas sobre sus patas, para darse cuenta de que ella no era ellos, aunque por fuera se pareciera. En el interior seguía siendo Kaya. Entonces, cuando por fin se cansó y se sentó, a sus pensamientos escuchó y una voz le susurró: “La belleza existe en lo que es diferente y tú eres diferente y es lo que te hace hermosa”. Supo en ese instante que ella no sería como los demás, así que se paró y continuó su caminar. 

Ella quería compartir su saber, y por la viajera que la sustituyó regresó, pero esta no se quiso mover, ni un paso lejos de sus amos dio. Kaya entristeció y se preguntó que cómo era posible que aquella viajera no quería escapar. La respuesta en la noche llegó, pues el  AMOR una vez más en sueños, le habló. “Ella tiene miedo, le dijo y debes de respetar su decisión, pues lo contrario al miedo es el valor y este, algún día, cuando llegue  a su extremo, regresará como boomerang y la impulsará a avanzar. Por hoy no puedes hacer nada, más que arar  el camino para ti.”

Kaya una vez más brincó de emoción y el camino comenzó a arar, no para facilitar su camino, sino porque sabía que en algún momento la viajera tomaría el mismo rumbo, y un camino guiado y con agua encontrará. Tal vez no le evite la muerte porque ella la necesitará, pero sí estará allí para ella, para cuando esta renazca.

Mientras tanto, Kaya siguió emprendiendo su viaje a la cima de la montaña. En el camino se preguntaba si sería digna de recibir todo aquello que un día soñó. Creía que a la mejor pedía mucho o no era posible; sin embargo, no paraba de caminar. Aprendió a descansar, reír, crear, escuchar, hablar y más sin fin de cosas que pulió con su compañero el tiempo, sin él no hubiera logrado tantas cosas. 

Y un día hermosamente soleado, abrió los ojos y observó con calma la luz y el amanecer. Sin darse cuenta, a la cima había llegado y un nuevo mundo ante sus ojos se presentaba en forma de regalo. “Soy presente” le dijo el regalo a Kaya. Ella lo observó y disfrutó como cuando un niño abre un regalo, pero por un momento titubeó y se preguntó: ¿Ahora qué sigue?, Descúbrelo, le dijo el presente, sigue avanzando … 

Areli Olivares  

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